No tenía el cuerpo para salir al mundo

Una crónica sobre la obra: Cuerpos que no se escriben

por Catalina Landívar

 

Se convirtió en el bebé de la casa el 28 de octubre del 97. 

Nació con un cuerpo y dos nombres: el primero Guillermina, el segundo Paz. 

Lloró por primera vez en Tandil: una ciudad de la Provincia de Buenos Aires plagada de leyendas y sierras bajas. 

Mamá Gladys, papá Guillermo, hermana Laura y hermana Gabriela esperaban su llegada para sacarle fotos en los rincones de la casa. 

Sé que nací agarrandome las orejas. Y sospechan que estuve así toda la panza, por eso tienen esta forma. De bebé era más todavía y mis hermanas me las pegaba con cintex. 

26 años después, una cicatriz rosa como serpiente que baila, le atraviesa el pecho de axila a axila. La tiene hace algunos meses. Es la marca de la masculinización de tórax que le hicieron en Buenos Aires. Ya tiene el alta pero debe seguir poniéndose crema, acariciando y reconociendo esa parte nueva, esa zona deseada que le permite andar en cuero entre flores rojas, en el parque.

Crecer con el cuerpo con el que nació le dio trabajo. Era un cuerpo incómodo. Muy incómodo. Vincularse con su identidad física fue desde siempre un enigma a descifrar. Necesitó de un esfuerzo dedicado para descubrir a su ser más real. Y como un escultor frente a un bloque de piedra sostuvo la mirada, apretó los dientes y confió en el futuro.  

Paz es poeta. Baila danza contemporánea. Toca candombe. Va a clases de canto. Participa de espacios de militancia disidente y- siempre junto a otrxs- gestiona encuentros vinculados al arte.

Volvió a Tandil a mediados del 2023, después de vivir cinco años en La Plata y uno y medio en Buenos Aires. Hoy está en el mismo terreno que su familia. La única del clan que habita otra casa es Gabriela, la hija del medio, que tiene tres hijes y comparte la vida con su marido. 

Laura, la mayor, también es madre de tres.

Paz vive al fondo, en el departamento que fue de su abuelo paterno. Como están haciendo arreglos el cemento vuela por el aire y llega a algunas de sus cosas. Tiene una biblioteca con libros de poesía, narrativa y ensayo entre los que se lee Garcia Marquez, Alejandra Pizarnik, Juan Forn, Silvina Ocampo, Leila Guerriero, Brigitte Vasallo y muchos otros. Hay una palabra que se repite en las solapas ordenadas: cuerpo. Una cama de dos plazas está arrinconada, cubierta por un acolchado norteño. Guarda ropa en un mueble que ocupa casi toda la pared. Una guitarra negra cuelga. Un afiche de Lucy Patané decora. Varias serigrafías pegadas con cinta: La cisheteronorma mata/ Construir un destino también es romper/ ¿Dónde está Tehuel?. 

También hay plantas regadas, cuadernos escritos, velas a medio morir y sahumerios. 

Paz tiene la intención de cerrar etapas. Pronto va a graduarse de Licenciade en Comunicación Social en la UNLP. 

Su Tesis- en la que está trabajando- incluye un montaje escénico sobre su cuerpo en transición.

 

La niñez

La angustia fue moneda corriente. Cuando empezó la escuela lloraba sin razón. Ante el miedo de que su mamá le abandonara, apareció una estrategia escolar adulta: Gladys se va a quedar en el patio de la escuela mientras su hijx aprende a leer y a escribir.

Fue en esa etapa cuando el cuerpo se convirtió en aquello con lo que tenía que negociar todos los días. Mi cuerpo niño y adolescente es una gran incógnita, que no pude registrar, porque estaba más en el juicio de tener el cuerpo equivocado, un cuerpo que estaba mal.

Al principio atribuía esa sensación de error a la hegemonía corporal femenina, de la que no se sentía parte.

Pero en realidad no lo pude desear realmente. Yo no entendía qué cuerpo quería. Miraba a mis amigas y sentía que nunca iba a poder encajar ahí. 

Esa corporalidad no le cerraba. Se sentía incómodx. Las miradas externas y el juicio por el sobrepeso hicieron que cayera en la vergüenza. En la adolescencia mi cuerpo no era mío. Sentí como un caparazón enorme me fue inmovilizando. 

Llegó a los libros, al movimiento y a la música para traducir su mar interior. Iba a gimnasia, competía, bailaba. Me subía al escenario y lo que le pasaba a mi cuerpo ahí arriba era superador de toda mi existencia. Pero cuando volvía a la realidad otra vez brotaban esas preguntas roedoras. Fueron esas sensaciones las que hicieron que un día decida bajarse del escenario. Vivía su vida como un desdoblamiento casi fantástico: por un lado la angustia y por otro la certeza: detrás de esto hay algo más.

A los quince años se abrió un nuevo capítulo: el del dolor físico. No sabían lo que era. Yo me moría del dolor. La indicación de los doctores fue: no hagas. Pero para una persona que encontraba calma en el movimiento quedarse en pausa habilitó el laberinto de la mente. Mirar el techo de la pieza amplificó el dolor, desparramó las gotas de un vaso que se llenaba. 

Con Fibromialgia como diagnóstico le recetaron esa medicación que golpea los órganos y nubla los sentidos.

Me asusté un día que a la tardecita me preguntaron qué había almorzado y no pude contestar. Me asusté y dije no. No estoy viviendo. Y hubo peleas con Gladys porque dejar la prescripción médica no era un camino posible. Pero Paz prefería el dolor antes que ese adormecimiento espiritual, esa nube grisácea que confundía todo.

En esa época iba a Polivalente, la escuela de arte en donde a la mañana hacía el secundario y a la tarde estudiaba música. 

Me sentaba enfrente del piano y lloraba. No podía tocar. Tuve profesoras majestuosas que me decían: tenemos momentos con el instrumento. Si ahora podés llorar con el piano, llorá con el piano.

 

La amiga

Le siguen diciendo Anita pero desde mayo tiene 26. Usa el pelo corto y anda en bicicleta. Viajó un tiempo por Brasil pero hoy vive en Tandil- donde nació- rodeada de instrumentos. Es percusionista y participa de varios proyectos musicales: toca la batería en La bandurria: una banda para chicxs, compone y rapea en La mamba, toca el tambor alegre en Elsasón y forma parte del dúo de música latinoamericana Açai. Es una persona sonriente siempre en movimiento. Es común caminar por alguna plaza y verla en ronda dirigir candombe. 

Además de ser artista y profesora de música de niñes y adultxs, es amiga de Paz desde los 13. Fueron conociéndose de a poco, en la escuela. De adolescentes iban a bailar casi todos los fines de semana. Éramos de los pocos que teníamos documento para salir a los boliches, por nuestras hermanas. Aunque eso era antes, ahora somos dos ancianes que no salen ni a la esquina.

Cuando terminaron la escuela Paz cursó unos meses en la Facultad de Económicas hasta que decidió cambiar Tandil por La Plata. Se anotó en Comunicación Social y se mudó al año siguiente. Anita se quedó a estudiar en el Conservatorio de Música en Tandil y la relación siguió creciendo en la distancia. 

Ahí seguimos más virtual, quizás, viéndonos cada tanto, pero la amistad siempre estuvo ahí, son más de 10 años los que fuimos construyendo. En 2021 me fui a Brasil y es ahí en donde el proceso de Paz se hace más fuerte. Me voy con una imagen y vuelvo y me encuentro con otra imagen. Pero que era tan natural en él. Paz no es de hacer cosas a medias. Si encara algo lo va a hacer de lleno y con mucha pasión y compromiso. No es tibio. Lo encara de lleno porque lo hace también desde una militancia. Va a levantar bandera a full y por eso me encanta acompañarlo en esa. 

 

Irse para verse

Mudarse a La Plata movió las bases que sostenían la vida de Paz. El temblor fue gradual pero sostenido. Las miradas cotidianas empezaron a ser otras, los abrazos, las lecturas, los espejos también. Ni bien se instaló- mientras cursaba y militaba- vivía en un departamento casi a estrenar, con Iván, su novio de ese momento. 

Una tarde, en la casa de una amiga de la Facultad, sintió algo que no había sentido por otra chica. Se lo pude comunicar, pero no pasó nada. Siempre fue muy amiga, mucho amor, mucho compañerismo. Cuando me di cuenta fue como sentir… estoy volando. Volví a mi casa flotando, riéndome sin explicación.

Asumirse lesbiana fue un escalón a un paisaje nuevo. La llave de un candado que le iría llevando a otra puerta y a otra y a otra. Más adelante la frase de Monique Wittig “las lesbianas no son mujeres” hizo que estallen por el aire las formas conocidas. 

Cuando se separó y se fue a vivir solx la mutación se volvió más expansiva. El cuerpo le seguía susurrando mensajes. Tenía que seguir moviéndose, tenía que experimentar. 

La conexión con Buenos Aires estuvo casi desde el principio. Desde que me mudé a La Plata empecé a tener ganas de irme a Capital. El primer año iba a cursar un taller de periodismo casi todas las semanas. Luego tuve un amor, así que viajaba a visitarle.

Durante la pandemia cursó la última materia de radio de la carrera y- junto a otrxs compañerxs- idearon Devenir manada, un proyecto que terminaron concretando. Queríamos una radio transfeminista disidente, que tuviera mucho peso en la parte cultural. Mi amigx fue más por las resistencias populares, por la historia latinoamericana y yo me fui más por lo artístico. 

La experiencia de la radio entrenó a Paz en la gestión, en la selección y edición de música y sonido. Además -cada quince días- tenía una columna y leía en vivo. Al comienzo hacían el programa en un bar cultural de La Plata, luego ampliaron el equipo y siguieron en Tolosa. 

Cuando terminó la cursada el festejo fue irme al sur con un amigue de la Facu. Nos fuimos a hacer temporada unos meses y a trabajar otros y en ese viaje fue que decidí que me iba a mudar a Capital, que era el momento, que estaba para esa. 

No estaba segurx de qué iba a pasar pero sentía una especie de llamado. Yo sabía que estaba yendo a buscar algo. No sabía qué.

 

Lxs mostris

Volver del sur coincidió con el Juicio de Higui que Paz viajó a cubrir. No se acuerda cómo llegó al punto de encuentro de la Asamblea TTNB –travestis, trans, no binaries- pero sí sabe que ese fue el gran momento de apertura: el portal.

Fue dar el primer paso en el mundo mostri y todo lo que me pasó lo sigo desglosando hoy. No conocía a nadie, el contexto era hostil y sin embargo nunca me había sentido tan bien. Me sentía muy niñe, todo me emocionaba, todo me erizaba la piel. 

Fue en esos días en que vio por primera vez la cicatriz de una masculinización de tórax y se le apareció la idea. Era posible. Yo me podía sacar las tetas.

Durante esos días conoció a la persona que le recomendó ir a La Boca a ver el lugar en el que viviría un tiempo después. La Boca al principio no me tentaba pero cuando fui a conocer la casa me enamoré. Dije: yo tengo que vivir acá. Y fue muy acertado. Mel, la persona con la que vivió, fue quien lx llevó a La Tribu Mostra: el bar disidente en el que trabajó y el que terminó de entrar en sintonía con lo que es hoy. 

En el bar yo era quien atendía en la barra y viví escenas que me marcaron mucho. Una persona se acercó a contarme que se empezaba a hormonar. Otra vino muy contenta a decirme que había decidido su nombre.

 

El cuerpo deseado

La psicóloga le había preguntado un tiempo antes qué cuerpo se imaginaba, pero Paz no había podido ponerlo en palabras ni construir una imagen. Tenía la certeza de que quería un cuerpo más disponible, pero no lograba visualizarlo, darle peso, olor, color. 

Lo logró cuando estuvo rodeadx de mostris.

El mundo mostri fue el primer lugar donde me sentí tranquilo, donde sentí que no tenía que explicar mi existencia constantemente. Es un paraguas que abarca lo más diverso, porque hay un borramiento de fronteras adentro: hay lesbianas, hay trans, hay no binaries. Un poquito de esto, un poquito de aquello y salimos travos distintos. Como un cóctel. Fue el primer lugar al que llegué y dije: era acá.

Y así, como un nene que se pierde en el bosque fue siguiendo las señales en los árboles. Sos chico, pensalo tranquilo. ¿Y si después te arrepentís?, le decían algunos. 

Pero él sabía que no era un arrebato.

No cualquiera se levanta un día y dice me quiero sacar las tetas, le dijo su amigo Juan. 

Y Paz supo.

 

El amigue

Conocer a Paz me cambió la vida porque fue el primer travo del que me hice amigo. Nos olfateamos sin estar todavía ninguno de los dos en transición.

A Gebo le gusta comunicar. Estudió teatro y ahora se dedica a trabajar en redes sociales. Vive en Buenos Aires, aunque nació en Córdoba. Tiene unx hijx y forma parte de El Teje, un espacio para infancias trans y no binarias. Nos habíamos conocido todavía siendo muy lesbianas, pero a la vez reconociéndonos en otro lado, como entendiendo que formábamos parte de otra tribu. Cuando habla de su camino se emociona y rescata la valentía colectiva. 

Hay muchas cosas que me animo a hacer gracias a que vi que Paz pudo hacerlo. Y creo que nos pasa eso a todos, como vamos viendo que el otro se anima, que puede ser quien quiere ser y no pasa nada, nos animamos.

Gebo materna y trabaja de lo que le gusta. Todo es porque estoy conectado con quién quiero ser, eso es muy valioso. Fue uno de los amigues que estuvo en la operación de Paz. También estaba la mamá acompañándolo en la cirugía. El médico lo trataba en masculino. Yo lo trataba en masculino y la mamá lo seguía tratando en femenino, pero a pesar de todo ella estaba ahí. 

 

La madre

Gladys no tuvo una vida fácil. Perdió a su mamá a los doce años en un aborto clandestino. La crió su abuela haciendo malabares con la jubilación del abuelo. Todo era pobreza, todo era lo mínimo que podíamos tener para alimentarnos, para todo.

Estuvo seis años de novia con Guillermo y como aún no había cumplido la mayoría de edad necesitó una autorización para poder casarse con él. Fue catequista. La iglesia era tan importante en la casa de la familia que la cesárea de Paz se programó para evitar que coincida con la comunión de la hija del medio. Le elegí hasta el día del nacimiento, que hoy en día me arrepiento tanto, porque eso no se debería haber hecho. 

Fue costurera en un local de muñecos para bebés. Estuve muchísimos años ahí. Como 8 o 10 años. Me encantaba. Cuando estaba con mucho problema me sentaba en la máquina y cosía. 

Hoy trabaja en la empresa de sal, que pudo comprar su marido, después de ser empleado casi toda la vida. 

Sus primeras hijas tenían 10 y 13 años cuando quedó embarazada de Paz. Para mí es Guillermina. Ella siempre estuvo muy apegada a mí. Fue la única que tomó teta hasta el año y medio. Yo quise que viniera al mundo porque no quería quedarme sola cuando fuera grande, pero fue la primera que se me fue de casa. Cuando decidió volar, voló.

El 9 de marzo viajó a acompañar a su hijx al Sanatorio Otamendi. Habló con el médico, esperó y escribió mensajes con los dedos temblorosos.

Para mí fue tremendo. Fue sentir que lo que yo le había dado no lo quería. Ella siempre tuvo problemas con sus tetas. Era una cosa que no podía soportar verse y entonces se vestía con ropa muy grande, ropa oscura. Mi marido siempre se enojaba. Me pedía que le compre ropa linda, pero esa era la forma de tapar lo que ella sentía. Era su forma de vestirse y su forma de pensar.

Cuando Paz se fue a estudiar, Gladys se enfermó. Volver de La Plata la hacía llorar. Tardaba días en recuperarse. Me agarró una diabetes. Era angustia de mamá. Era como se dice el nido vacío. Porque a pesar que tenía a mis dos hijas acá en Tandil, ella fue la última y nos quedamos solos mi marido y yo. Fue esa angustia de no tenerla. 

Un día, en medio de la consulta, la médica que trataba a Gladys, fue clara: iba a dejar de atenderla si no iba a un psicólogo. Eran tiempos de pandemia y no fue fácil encontrar a alguien pero un día apareció. Fue una persona que me escuchó, que me guió, viví muchas cosas al lado de ella. 

Cuando Paz le dijo que quería que le traten en masculino o no binario, la psicóloga le explicó que ese cambio no iba a significar la pérdida de su hija.

Por supuesto que no va a dejar de ser nunca mi hija. Por supuesto que no la voy a dejar de querer nunca y por supuesto que si la tengo que defender ante el mundo, ante el mundo la defiendo. Lo único que no puedo cambiar es que para mí ella no va a ser para mí nunca un varón. Ella siempre va a seguir siendo MI hija, esa hija que quise tenerla para no quedarme sola. 

Gladys tuvo familiares que la dejaron de visitar cuando supieron del cambio de Paz. El que quiere venir a mi casa, estar con Guille y tratarla como lo que es, está bien y sino mi casa se cierra. 

Hoy ve a su hijx menor y siente que está contentx. Ella sabe que va a contar conmigo siempre. Que no voy a pensar igual que ella. Por ahí dentro de unos años pienso diferente y la acepto como está: como un varón. Pero en este momento no puedo aceptar que deje de ser mi nena chiquita- que nunca la pude vestir como nena igual- pero bueno, es mi nena. Ella sabe que yo estoy, que nunca la voy a dejar por nada ni por nadie y que si tengo que luchar contra todos por ella, por mis otras hijas y por mis nietos, lo voy a hacer.

 

La performance

Agosto llega con los ensayos para la tesis. Paz es puntual. Nunca hay que esperarlx. Es una persona disciplinada que hace tareas, escribe, lee, busca objetos: desea hacer un teatro de su experiencia vital. 

Está ensayando en la ciudad que lx vió nacer. No en Buenos Aires, donde descubrió que había una comunidad esperándolo para imaginar un futuro común. Tampoco en La Plata donde se formó y empezó a reconocerse como obrerx de la palabra.  Decide caminar por las calles  que lo vieron crecer, con su cicatriz como bandera. 

Me genera satisfacción que ciertas personas me estén reconociendo como LO OTRO. Que marquen un “no somos iguales” es anteponer todo el tiempo otra manera de vida. Yo soy posible. Yo existo. Algunos te miran con una curiosidad que puede ser amorosa, amena y divertida pero hay gente que ves cómo se le nubla la existencia. Muy seguido te encontrás con que tu vida vale menos o importa menos. Las vidas trans importan. Lo tenemos que escribir, lo tenemos que poner en carteles. 

Afuera del teatro hace frío y adentro también pero Paz se saca el sweater de lana para moverse en espiral. Avanza por el espacio escénico. 

Yo soy Paz y esta es mi ofrenda. 

Alrededor hay objetos que representan a su gente: la lata de costura de su mamá, las bolsas de sal de su papá, las fajas, las cremas, las recetas médicas, los libros que le dieron libertad, la música que siempre tiñó su aire.  

Abre sus ojos negros rasgados y antes de apoyar la espalda en el piso habla sobre su identidad trans: sobre ese camino que desafia lo binario. ¿Tierra seca, pantano, agua negra? así fue por momentos su travesía. Hoy parece pisar un pasto suave. Un pasto verde que le permite anclarse en ser mutante y mirar a lxs demás. Porque el dolor de otres lo atraviesa y ese parece ser un portal nuevo. ¿Será el mostri que aloje a los mostri escondidxs? ¿Será la referencia necesaria? 

Es Paz el nombre que elegí. Ese que me puso mi hermana Gabriela, en medio de un berrinche, el día de mi nacimiento.

Desnuda su pecho antes de ponerse esa camisa roja, que antes no usaba y ahora disfruta. Su pecho es nuevo, su sonrisa también. Baila como si no hubiera nadie, los tatuajes brillan en su piel. 

Este cuerpo no es el definitivo. Nunca pude sentir que estaba llegando a algún lugar. Ni hoy lo siento a pesar de que nunca me sentí mejor que ahora. 

Avanza hacia el centro del espacio y escribe PAZ sobre la sal esparcida.

Identitariamente no sé qué me va a suceder mañana, después. 

Siempre hay más. Somos algo vivo. 

Si pude mutar hasta acá…¿cómo no voy a esperar que esto fluctúe hacia otros lugares?



CRÉDITOS

Texto 

Catalina Landívar

Fotografía

Valentín Múñoz

 

Scroll al inicio